miércoles, 26 de octubre de 2011

Voy a hablar de la esperanza - Cesar Vallejo



Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni como simple ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico, como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente. Si no me llamase César Vallejo, también sufriría este mismo dolor. Si no fuese artista, también lo sufriría. Si no fuese hombre ni ser vivo siquiera, también lo sufriría. Si no fuese católico, ateo ni mahometano, también lo sufriría. Hoy sufro desde más abajo. Hoy sufro solamente.

Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que no tuvo ya causa ni carece de causa. ¿Qué sería su causa? ¿Dónde está aquello tan importante, que dejase de ser su causa? Nada es su causa; nada ha podido dejar de ser su causa. ¿A qué ha nacido este dolor, por sí mismo? Mi dolor es del viento del norte y del viento del sur, como esos huevos neutros que algunas aves raras ponen del viento. Si hubiera muerto mi novia, mi dolor sería igual. Si la vida fuese, en fin, de otro modo, mi dolor sería igual. Hoy sufro desde más arriba. Hoy sufro solamente.

Miro el dolor del hambriento y veo que su hambre anda tan lejos de mi sufrimiento, que de quedarme ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba una brizna de yerba al menos. Lo mismo el enamorado. ¡Qué sangre la suya más engendrada, para la mía sin fuente ni consumo!

Yo creía hasta ahora que todas las cosas del universo eran, inevitablemente, padres o hijos. Pero he aquí que mi dolor de hoy no es padre ni es hijo. Le falta espalda para anochecer, tanto como le sobra pecho para amanecer y si lo pusiesen en la estancia oscura, no daría luz y si lo pusiesen en una estancia luminosa, no echaría sombra. Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente.

martes, 18 de octubre de 2011

El Libro de las Preguntas/La Parte del Bien - Edmond Jabes


Tú eres rico. La palabra te es dada.
REB ELAIM

Te dejé morir, Yukel. Estaba a tu lado cuando bebiste el veneno. Podía impedírtelo, pero tu mirada no toleraba que yo interviniese para modificar tu decisión. Asistí a tu agonía, en la sombra. Tú mirabas fijamente la pared. No besaste una sola vez la imagen de Sara.

Bajé las escaleras de tu casa apoyándome en la barandilla. Estaba muy cansado. Temía al día, a la calle. Fui andando hasta mi morada y, en mi cama, dormí hasta el alba. Empezó para mí una nueva vida; una muerte malaventurada. ¿Era quizá mi destino denunciar el sufrimiento de que te liberaste suprimiéndote? Pero yo no tengo ni oídos ni boca. Y nada atrae ya a mis ojos.

Tú eras mi respiración, y Sara el grito de mi verdad maltratada. La verdad es semejante a una adolescente. Se puede hacer todo con ella, pero también se puede hacer mucho por ella. Se puede morir o vivir bajo su ley.

Estaba a tu lado, Yukel, cuando tus manos se aferraban a la sábana. Tus estertores -¿tan débiles eran?- no inquietaban a nadie en torno a nosotros. Entraste enseguida en coma y te quedaste rígido pocas horas después. No esperé a que viniesen a llamar a tu puerta. Huí.

Tu amante se marchitó en el infierno de las flores. La demencia, más tarde, la sostuvo. Se diría que sus gritos, hoy, son más desesperados. Manan de su ser dolorido, de ese cuerpo indefenso que el alma vuelve tan transparente como luz.

Se ven sus huesos como un paisaje desvelado por la carne. Se ven los dientes a través de la mejilla.

¿Adónde iré, desdoblado?



Un escritor se evade con los vocablos y, de ellos, algunos, a veces uno o dos, le siguen a la muerte. Un vocablo es primero una colmena y después un nombre. Dos nombres se disputaban mi corazón y mi mente. Los encontré en la hondo de mí mismo y su existencia era la que yo había, en las tinieblas, vivido. Como tú, ayer, estoy agotado. Mi pasado está lastrado de expolios, de persecuciones. Mi pasado inclina la cabeza hacia un respaldo ilusorio, un hombro compasivo o mi mesa.

No tengo ya ambición. Soy el paso abierto de la luz adonde me arrojaste.

«¿Qué es un escritor? , preguntaba a un narrador célebre Reb Hod. ¿Un hombre de letras? No, seguro, sino una sombra que lleva a un hombre.»

Tú eras ese hombre, Yukel, ese hombre y ese mártir.

Me eclipsaré, en breve.

Volviste de los campos de concentración culpables para consagrarte a tu última hora y mis folios huelen a las cenizas de tu fe.

El libro es un momento de la herida o la eternidad.

El mundo se limita a nosotros.

sábado, 8 de octubre de 2011

28 de Julio de 1962 / Diarios - Alejandra Pizarnik



I 
Cuando yo muera, ¿quién me va a decir? —le dije como rogándole. Pero ni yo sabía el alcance de la pregunta, la calidad especial de ese amor secreto. Me miró con piedad; tal vez era eso lo que yo esperaba: que me dijera:

—Yo.

Y así comprometerlo hasta el fin de la eternidad, ya que no me atrevía a enumerar las frases habituales de una enamorada joven y viviente. Por eso le conté mi amor por otro, agregando lo la falta de correspondencia de ese amor. Y entonces, casi llorando, le dije:

—Y cuando me muera, ¿quién me lo dirá?

A la espera, sinuosa y enfurecida, de que se apiade de mi fingida locura amorosa por otro que por él y me diga:

—Yo.

Pero yo no sabía si él sabía o no sabía que mis palabras eran como máscaras solitarias paseándose a la altura de un rostro humano en una tarde de lluvia. Así flotaba mi extraño lenguaje. Y qué miedo tenía yo de que súbitamente me descubriese ar­mada de mi muerte y de palabras densas y pétreas, mintiendo ominosamente con la mirada y con los nombres:

—Hace tanto tiempo que lo conozco, tanto tiempo que lo amo... Ahora se ha ido no sé adonde, pero lejos, en todo caso, de mi persona enamorada. Como si la finalidad de su viaje fuera más un irse que un ir, un irse de mí, la que lo espera y espe­raba; aún lo esperaba cuando estaba él aquí, llenando con su presencia el amado lugar de su ausencia, obligándome a olvidar al ausente que yo amo para introducirme en el helado círcu­lo en que dos se aman solamente. He amado a solas tanto tiem­po que su rostro me ocultaba su rostro y sus ojos sus ojos y su voz su voz. He esperado tanto tiempo que viniera que cuan­do vino se fue.

Entonces vi que sus ojos eran de piedad. Casi vi llanto en sus ojos soñados. Pensé: «se puede morir de presencia». Pero apenas lo pensé supe que nunca, antes, había sufrido tanto. «Dile la verdad», me dije. «La estoy diciendo», me dije. «Pero no, la otra, la leve, dile que el otro no existe, dile que el otro es él.» (Corazón ciego, salta en tu cueva de pasiones contra­rias. Llévame al borde del delirio, en donde la soledad es pe­ligrosa, y rostros plateados e inertes cierran a la fuerza mis ojos de locura y de rabia.)

Cuando me vi a solas en el lugar que me dejó quise gritar mi nombre, para que al menos no supiera a quién dirigirme si me pasaba algo. Porque ya entonces presentí que lo peor que me iba a pasar era que nada me pasaría. Y también entonces me vi yendo como voy ahora: pequeña alucinada por las calles sucias, buscando en cada rostro la presencia del que solo aun ausente; vagando lentamente entre las viejas mendigas —que me prefiguran— y los viejos borrachos adheridos a canciones que nadie compuso nunca, que sólo sirven para un instante, para una sola calle, pues están hechas de delirios atroces y de palabras obscenas que quisieran ser puñales. Pero yo no bus­caba, he buscado hasta volverme ciega, pero no he buscado ni me he vuelto ciega.

Lo vi sonreír con su ternura inimaginable. Demasiada sonrisa para quien llevó tantos años su herida por donde sólo llovía sal. Casi le digo: «Solamente te amo a ti. Si te fueras para siempre, si solamente te fueras de mí para dejarme a mí contigo...». Pero repetí:

 —¿Quién se acercará a mi cadáver y me dirá: Estás muer­ta! Aunque no lo pueda escuchar lo sabré, algo en mí lo sa­brá, porque algo en mí no morirá conmigo, algo en mí espe­ró demasiado tiempo como para no poder oír esas palabras. ¿Quién lo dirá?

—Yo.

Lo miré. Estaba llorando. «Para llegar a esto te ha sido preciso miles de noches de insomnio, en una tensión que es­tiraba tus nervios hasta el otro lado de la noche, en la oscuri­dad esquiva donde las sombras baten sonidos que son sus nombres amados, en el desenfreno de una llamada inarticulada y torpe, en un rito cotidiano en el que tú, pálida y afiebrada, bebías alcohol para someterte más rápidamente a las leyes del amor que no sacia.» Lloraba por mí. «Demasiado tarde esta tiesta lujosa en honor de la muchacha polvorienta comida por el deseo. Demasiado tarde esta exhibición de piedad humana con sus límites y terminaciones. ¿Cuánto tiempo puede seguir llorando? ¿Cuánto han de darme sus ojos en esta noche impe­cable con estrellas que son estrellas y una luna real que no os­cila?

Quise decirle: «Ven a mí, ahora que nadie nos ve, ahora que lo verde de este maléfico jardín entró en la austeridad anóni­ma de una noche de verano. Ven a mí: si vienes, las estrellas seguirán siéndolo, la luna no se cambiará con colores ultrajantes ni habrá metamorfosis dañinas. Nadie verá que tú vienes a mí. Ni siquiera yo, pues yo ya estoy muy lejos, yo ya estoy en otro mundo, amándote con una furia que no imaginas. Ven a mí si quieres salvarte de mi locura y de mi rabia, ten piedad de ti y ven a mí. Nadie lo sabrá, ni siquiera yo, pues yo estoy vagan­do por las calles de otra ciudad, vestida de mendiga vieja, acoplando tus nombres a canciones obscuras que son como puñales para fijar mi delirio. Mi sangre, mi sexo, mi sagrada manía de creerme yo, mi porvenir inmutable, mi pasado que viene, mi atrio donde muero cada noche. Oh ven, nada ni nadie lo sabrán nunca. Aun cuando yo no lo quiera ven. Aun cuan­do yo te odio y te abandone, ven y tómame a la fuerza».

Una vez más el lenguaje se me resiste. No el lenguaje pro­piamente dicho si no mi deseo de conjurar mis deseos por medio de una detallada descripción de lo que deseo ver en alguna realidad hecha del material que quieran con tal de que no sea de palabras ni sobre el blanco temible de una hoja de papel. A veces es la sed, a veces el llanto de un abandono sin histo­ria. A veces lloro en mi sed, lloro por medio de mi sed, por­que a veces mi sed es mi comunión, mi manera de vivir, de testimoniar mi nacimiento, de librarme y de dar acto de fe. Pero a veces lloro lejanamente por la otra que soy, la evadida en mi sangre, la ilusionada, la aventurera que se fue en la noche a perseguir los tristes rostros que le presentó su deseo enfermo.

Si todo esto fuera verdad, qué pérdida estoy perdiendo, qué sufrimiento increíble no hace su orgía de expiaciones. Me gusta reírme de la persona humana en lo que tiene de absurda des­de los cabellos hasta el cuello. Sólo el sexo merece seriedad y consideración porque el sexo es silencio.

Si todo esto fuera verdad, qué hago que no me lloro en mi dineral. Vencida, resistida, derrotada, ultimada a garrotazos, a tiros, a puñaladas... y oh, cómo se resistía la salvaje mucha­cha de los ojos tan verdes, cómo se debatió en el estrecho lu­gar que le asignaron para perderse. Fue necesario una insistencia común, la ayuda de todas las asociaciones del infierno y del olvido para que alguien como ella se dejara quitar su rostro enamorado que sólo fue una máscara que sólo se hizo polvo.

Entonces le dije:

—Si me muriera ahora mismo, ¿quién injuriará a la muer­te? Lo pregunto de nuevo: ¿quién puteará hasta quedarse sin voz? ¿Quién dirá: es una pérdida magnífica, una pérdida lu­josa?

—No yo —dijo sonriendo.

—Entonces lo de antes, ¿fue una mentira? —dije. Pasos en el jardín. Un policía silba No dejes que las estrellas entren en tus ojos. Saco un cigarrillo y fumo.

—No yo —repitió con una voz cansada, monótona.

—Entonces, ¿el llanto era mentira? —dije.

Y me dije: «Si supiera qué poco me importa lo que dice. Si tupiera qué poco me importa cómo me mira. Si supiera qué poco me importa que su piedad sea amor o su amor indiferencia. Si supiera qué lejos estoy de los nombres y de las palabras, de la verdad, de la mentira, del cansancio, de la monotonía. Si supiera que no me importa morir así como no me importa vivir porque estoy ya muy cansada de mi enfermera y mi guardiana, de curar a la lejana que soy, a la evadida que me fui, a la maravillosa enamorada más sutil que el viento, detenida aho­ra por algún pecado insoluble, en su sitial de noche y de des­gracia, hermanada a la melancólica soledad de un lugar blan­co y pétreo donde ella llora su amor inexplicable».

Me levanté, me fui. fumaba a lo largo del Sena y cerca del quai Voltaire bajé a ver el río. Había mendigos bebiendo o silenciando o cantando o fornicando. Me acerqué a los que bebían y les dije:

—Cuando me muera muy pronto, si alguna vez muero, no recordarán el olor a tristeza del río, no recordarán el gusto del vino atado a la lengua, no recordarán el color de la noche en los ojos de los ahogados sino que recordarán mi voz, mis pa­labras que flotan como máscaras, como cascaras vacías que nunca contuvieron nada, y recordarán mis ojos verdes que pa­garon al amor el más alto tributo, y recordarán mi nombre que significó mucho para quien lo llevó como un arma en la noche de los grandes reconocimientos y del dolor sin desenlace. Así me dejé violar como tantas otras noches similares.

¿De dónde viene esta historia o historieta inarticulada? (De lo más profundo de su subconsciente, dice la famosa psicoana­lista Alejandra P.) Lo cierto es que me sume en una tristeza de habitación vieja y polvorosa, muy mal iluminada, de habitación que sólo yo conozco y de cuya tristeza hablaré algún día cuando esté menos asustada y exhausta que ahora, después de haber­me mandado este cuento o poema que me hace dudar de mi salud mental y que, en todo caso, me obliga a pensar en mí con verdadera conmiseración.

Bueno. Son las 12 de la noche. ¿Es que voy a volver a mi diario de horas del 55, cuando escribía mis importantes acon­tecimientos en una maldita prosa contemporánea a ellos? En esa época me levantaba y me ponía la ropa y mi diario íntimo (una especie de «prenda íntima») y antes de acostarme me desnudaba del diario y de la ropa. Ahora esos cuadernos se­rían ilegibles. Aunque tal vez no. Pero lo que no deseo es re­comenzar el juego antiguo del diario-prenda-íntima.

Son las 12 de la noche. Lo repito. Qué importa recomen­zar antiguos hábitos nocivos si el dolor es el mismo, hoy que en el año 55. Y dentro de cuarenta años, si vivo —es un de­cir; pero espero no estar en esta «farsa imbécil»—, si vivo, repito, escribiré con mano temblorosa: «Son las 12 de la no­che en mi augusta vejez solitaria. La noche está del otro lado de la ventana y yo, encerrada en una habitación vieja, polvo­rosa y mal iluminada. Me acuerdo de una noche del año 62 (creo que era el 28 de julio a las 24 horas): yo tenía miedo y para distraerme prefiguré mi vida: me imaginé en el año 2002 escri­biendo en una pieza —vieja, polvorosa, y mal iluminada—: "la noche está del otro lado de la ventana, etc., etc."».

Ahora son las 12.30 h. Si la maldita —vieja solitaria y mentirosa y sucia y borracha— que seré (tengo miedo) escribirá lo que digo ahora ello será la exacta prueba de que también para mi ha existido algo a modo de destino.

Pero no estoy angustiada (¿qué importa, por otra parte?) sino asombrada. Bueno, después de tanto «andar caminos, pasar trabajos... soles y lluvias», arribar («ser depositada por el viento» Real Academia Española—) y abrir los ojos a una noche extra-fin, confusa, en la que escribí el cuento-poema más extraño y confuso de mi vida. Esto me apena, me anonada, me sopla un viento enfermo —el que me deposita en la orilla de esta noche extraña, confusa—. Apenas respira ya quien no hizo sino fumar, toser y escribir un cuento que le duele. Ve con esta sombra ulcerada por tu mundo sediento. Ve con tu gusto a hospital. Rodeada de dese­chos, de cosas muertas que giran en tu memoria de princesa loca encerrada en tu torre de furia y de silencio.

Esta cosa confusa, esta nebulosa. Si te pudieras ayudar. Si en ti se hablara, se conversara, se hicieran polémicas y mesas redondas sobre tu confusión y tu extrañeza. Tengo miedo. Yo fui pequeña si mal no recuerdo, y ahora soy grande, creo. No es ésta la cuestión. Pero si en mí lloraran, si entonaran ende­chas y cantos de gemidoras al alba.

Una de la mañana. Se ha fumado hasta convertir la garganta en un pozo ciego donde merodean acechadores con hachas y antorchas. Incendiarios, por supuesto. Y me quemarán, y me mirarán volar por el aire y la tristeza y la confusión y la etcé­tera, etcétera.



28 de julio

Cuando yo muera, ¿quién me lo va a decir? (Esto le dije, pero mis palabras eran como máscaras solitarias caminando a la al­tura de un rostro en una tarde de lluvia.)

No eres tú la culpable de que tu poema hable de lo que no es. Si habla de lo que es quiere decir que alguien no vino en vez de venir.

Recién escribí un cuento que me hunde en una tristeza como de habitación polvorienta, vieja, mal iluminada. Son las 12 de la noche. Sin duda, dentro de cuarenta años, escribiré con mano tem-blorosa: son las 12 de la noche en mi augusta vejez. La noche está del otro lado de mi ventana y yo, encerrada en una habitación triste, polvorienta, mal iluminada. Me acuerdo de una noche de 1962 (era el 28 de julio a las 24 horas): yo tenía miedo y para distraerme prefiguré mi futuro; me imaginé en una noche del año 2002 escribiendo en una habitación vieja, polvorienta, mal ilumi­nada, un texto que comenzaba así: ha noche está del otro lado de la ventana, etc., etc.

Arribar... Dejarse ir con el viento (Diccionario de la Lengua Es­pañola).

Noche extraña, confusa. Escribí el cuento más extraño, el más confuso. Como si un viento enfermo —el mismo que me depo­sita en la orilla de esta noche extraña, confusa— me hubiese arrebatado sin desearlo él ni yo. Esto hice: fumar, toser y escri­bir un cuento que me duele.
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viernes, 7 de octubre de 2011

Ofelia - Arthur Rimbaud



I
En las aguas profundas que acunan las estrellas,
blanca y cándida, Ofelia flota como un gran lirio,
flota tan lentamente, recostada en sus velos...
cuando tocan a muerte en el bosque lejano.

Hace ya miles de años que la pálida Ofelia
pasa, fantasma blanco por el gran río negro;
más de mil años ya que su suave locura
murmura su tonada en el aire nocturno.

El viento, cual corola, sus senos acaricia
y despliega, acunado, su velamen azul;
los sauces temblorosos lloran contra sus hombros
y por su frente en sueños, la espadaña se pliega.

Los rizados nenúfares suspiran a su lado,
mientras ella despierta, en el dormido aliso,
un nido del que surge un mínimo temblor...
y un canto, en oros, cae del cielo misterioso.

II
¡Oh tristísima Ofelia, bella como la nieve,
muerta cuando eras niña, llevada por el río!
Y es que los fríos vientos que caen de Noruega
te habían susurrado la adusta libertad.

Y es que un arcano soplo, al blandir tu melena,
en tu mente traspuesta metió voces extrañas;
y es que tu corazón escuchaba el lamento
de la Naturaleza –son de árboles y noches.

Y es que la voz del mar, como inmenso jadeo
rompió tu corazón manso y tierno de niña;
y es que un día de abril, un bello infante pálido,
un loco miserioso, a tus pies se sentó.

Cielo, Amor, Libertad: ¡qué sueño, oh pobre Loca! .
Te fundías en él como nieve en el fuego;
tus visiones, enormes, ahogaban tu palabra.
–Y el terrible Infinito espantó tu ojo azul.

III
Y el poeta nos dice que en la noche estrellada
vienes a recoger las flores que cortaste ,
y que ha visto en el agua, recostada en sus velos,
a la cándida Ofelia flotar, como un gran lis.

La voz - Charles Baudelaire


Se encontraba mi cuna junto a la biblioteca,
Babel sombría, donde novela, ciencia, fábula,
Todo, ya polvo griego, ya ceniza latina
Se confundía. Yo era alto como un infolio.
Y dos voces me hablaban. Una, insidiosa y firme:
«La Tierra es un pastel colmado de dulzura;
Yo puedo (¡y tu placer jamás tendrá ya término!)
Forjarte un apetito de una grandeza igual.»
Y la otra: «¡Ven! ¡Oh ven! a viajar por los sueños,
lejos de lo posible y de lo conocido.»
Y ésta cantaba como el viento en las arenas,
Fantasma no se sabe de que parte surgido
Que acaricia el oído a la vez que lo espanta.
Yo te respondí: «¡Sí! ¡Dulce voz!» Desde entonces
Data lo que se puede denominar mi llaga
Y mi fatalidad. Detrás de los paneles
De la existencia inmensa, en el más negro abismo,
Veo, distintamente, los más extraños mundos
Y, víctima extasiada de mi clarividencia,
Arrastro en pos serpientes que mis talones muerden.

Y tras ese momento, igual que los profetas,
Con inmensa ternura amo el mar y el desierto;
Y sonrío en los duelos y en las fiestas sollozo
Y encuentro un gusto grato al más ácido vino;
Y los hechos, a veces, se me antojan patrañas
Y por mirar al cielo caigo en pozos profundos.
Más la voz me consuela, diciendo: «Son más bellos
los sueños de los locos que los del hombre sabio».

martes, 4 de octubre de 2011

Lisbon Revisited - Fernando Pessoa


Nada me ata a nada
Quiero cincuenta cosas a la vez
Anhelo con una angustia de hambre de carne
No sé bien qué-
Definidamente por lo indefinido
Duermo inquieto y vivo en un soñar inquieto
Como quien duerme inquieto, a medio soñar.

Me cerraron todas las puertas abstractas y necesarias.
Corrieron cortinas sobre todas las hipótesis que podría ver en la calle.
No existe en la calle donde estuve el número de puerta que me dieron.

Desperté a la misma vida ante la que me había dormido.
Hasta mis ejércitos soñados sufrieron derrota.
Hasta mis sueños se sintieron falsos al ser soñados.
Hasta la vida sólo soñada me harta –hasta esa vida…

Comprendo a intervalos inconexos; Escribo en los lapsos del cansancio;
Y un tedio que es hasta del tedio me arroja a la playa.

No sé qué destino o futuro compete a mi angustia sin rumbo;
No sé qué islas del Sur imposible me aguardan náufrago;
O qué tramos de la literatura me darán al menos un verso.

No sé esto, ni otra cosa ni cosa alguna…
Y en el fondo de i espíritu, donde sueño lo que soñé,
En los campos últimos del alma donde rememoro sin causa
(Y el pasado es una niebla natural de lágrimas falsas),
En los caminos y atajos de las florestas lejanas
Donde supuse mi ser,
Huyen desmantelados los últimos restos
De la ilusión final,
Mis ejércitos soñados, derrotados sin haber sido,
Mis cohortes por existir, despedazadas en Dios.

Otra vez vuelvo a verte,
Ciudad de mi infancia pavorosamente perdida.
Ciudad triste y alegre, otra vez sueño aquí…
¿Yo? Pero ¿soy el mismo que aquí viví y aquí volví,
Y aquí de nuevo volví y volví,
Y aquí una vez más supe volver?
¿O son todos los Yo que aquí estuve o estuvieron,
Una serie de cuentas-entes unidas por un hilo-memoria,
Una serie de sueños sobre mí de alguien ajeno a mí?

Otra vez vuelvo a verte,
Con el corazón más lejano y el alma menos mía…

Otra vez vuelvo a verte –Lisboa y Tajo y todo-,
Transeúnte inútil de ti y de mí,
Extranjero aquí como en todas partes,
Casual en la vida como en el alma,
Fantasma errante por salones de recuerdos,
Entre el ruido de ratas y de tablas que crujen
En el castillo maldito de tener que vivir…
Otra vez vuelvo a verte,

Sombra que pasa a través de sombras y brilla
Un momento bajo una luz fúnebre desconocida
Y entra en la noche como la estela de un barco al perderse
En el agua que se deja de oir…

Otra vez vuelvo a verte,
Pero, ¡ay, a mí ya no me veo!

Se partió el espejo mágico en el que podía verme idéntico,
Y en cada fragmento fatídico sólo veo un pedazo de mí,
¡Un pedazo de ti y de mí!...

lunes, 3 de octubre de 2011

Pertenencias - Gastón Malgieri


Tengo
tanto arrabal aventurado en las cremalleras que me he dañado el esmalte berreta
de las uñas berretas
en los adoquines berretas
de esta metrópolis berreta
infecta de tanto cuerpo berreta
que ni siquiera puede llamársele cuero.

Tengo
un tajo dos virginia slim por la mitad levantados en las paradas de todos los colectivos que escupen el rouge violáceo de tanta señora sola, de tanta mariquita yirona, de tanto merodeador que tararea una cancioncita aprendida a los tumbos / pregonando el lastimero bajón de coca, el alucinógeno decir de la pastilla, la risita y la gula de la yerba.

Tengo
demasiada pornografía madruguera prendida con brochecitos a las retinas que me es imposible no advertir que tu fotografía vende al por mayor pescado podrido a lxs deseosos. Sí, yo también le he dedicado algunas manualidades a ese actor porno neozelandés.

Ahora, este deseo mío,
emocionalmente cursi,
avasalladoramente meloso tiene
néctares amargos para otro cuerpo menos artificioso,
menos publicitario,
menos liberacióncastrostrett.

Tengo
tanto alarido atragantado para los turros y tantas ganas de ganarme tu sonrisa tu abrazo tu saliva en un concurso de esos de la tele con muchas luces mucho papelito de color mucha bailarina en bolas mucha presentadora delineada con el bisturí morboso de la apariencia.

Tengo
tan solo unas monedas y ningún billete. Ninguna propiedad privada. Ningún pozo donde caerme dignamente muerto. Ninguna pala para cavarlo, ninguna intención de hacerlo.

Tengo
cinco poemas horribles publicados en las servilletas de los bares de retiro que nadie levanta del plastificado suelo. Allí esperarán que alguien se digne y me declare lumpen, muchachito con conciencia de clase, poeta rojo carmesí del desempleo. Y ni siquiera así habré de conseguir el llamado desde la exuniónsocialistasoviética para saber si siguen en pie las gestiones de mi carnecito de abyecto.

Un cuadernito rivadaviaforroaraña tengo,
donde figuran todas mis señas de identidad forjadas en la farsa, una foto con jazzy mel, un adn, dos causas penales, cuatro denuncias radicadas en el inadi por discriminación, una banderita con los colores del arcoíris que uso de repasador y dos cartas de lectores que jamás envié al diario de la trompetita .

Tengo
migrañas, insomnio, ataques de caspa, hongos, tentación por lo dulce, atracones de culebrones brasileros, delirios de greciacolmenares, de cierta lacio greciacolmenares, cierta pasión por la tristeza, dos golpes bajos y un laserdic de pinkfloyd irreproducible afanado de la multinacionaldisqueríadelatorre.

Eso, y una radiografía que muestra ciertas viscosidades engrupiendo mis pulmones.
Eso, y el alivio de no ser un miserable.