sábado, 19 de noviembre de 2011

Eso - Czelaw Milosz


Ojalá por fin pudiera decir qué está en mí.
Gritar: gente, les mentí
diciendo que eso no estaba en mí,
cuando eso está ahí siempre, días y noches.
Aunque gracias a eso supe describir sus ciudades inflamables,
sus cortos amores y juegos desmembrándose en humus,
aretes, espejos, el deslizar de un tirante,
escenas de alcoba y de campos de batalla.
Escribir fue para mí estrategia de protección,
de borrar las huellas. Porque a la gente no puede gustarle
aquél que alcanza lo prohibido.

Llamo en mi ayuda a los ríos en los que nadé, lagos
con puentecillos entre cedazos, valle
en cuyo eco la canción duplica la luz del anochecer,
y confieso que mis estáticos halagos a la existencia
sólo pudieron ser entrenamientos de alto estilo,
Pero abajo estaba eso, que no me atrevo nombrar.

Eso se parece al pensamiento de alguien sin hogar, cuando
atraviesa la ciudad ajena, congelada.

Se asemeja al momento cuando un judío cercado ve aproximarse
los pesados cascos de los gendarmes alemanes.

Eso es cuando el hijo del rey se dirige a la ciudad y ve el mundo
real: pobreza, enfermedad, vejez y muerte.

Eso puede ser comparado con el inmóvil rostro de alguien
que entendió que fue abandonado para siempre.

O con las palabras del médico sobre la sentencia inevitable.

Porque eso significa enfrentar un muro de piedra
y entender que ese muro no cederá ante ninguna de nuestras súplicas.

Carta a Raja Rao - Czeslaw Milosz


Raja Rao, cómo quisiera saber
la causa de esta enfermedad.

Por años no pude aceptar
que el sitio en que estaba era mi sitio.
En otra parte estaba mi lugar.

La ciudad, los árboles,
las bocas de los hombres,
no eran, no estaban.
Vivía en un perpetuo irme.

En algún lado había una ciudad real,
árboles reales, voces, amistad, amor, presencias.

Atribuye, si quieres, este caso peculiar,
al borde de la esquizofrenia,
a la mesiánica esperanza
de mi civilización.

Infeliz bajo la tiranía,
infeliz en la república:
en una, suspiraba por la libertad,
en otra, por el fin de la corrupción.

Construía en mi alma una ciudad,
permanente, la prisa desterrada.

Al fin aprendí a decir: ésta es mi casa,
aquí ante la lumbre del crepúsculo marina,
en esta orilla frente a la orilla de tu Asia,
en esta república moderadamente corrompida.

Raja, nada de esto me ha curado
de mi pecado, de mi vergüenza.
La vergüenza de no ser
aquel que pude ser.

La imagen de mi ser
crece gigantesca en el muro
y aplasta mi sombra miserable.

Por eso creo en el Pecado Original,
que no es nada sino la primera
victoria sobre el yo.

«Atormentado por el yo y por él engañado»:
te doy, ya ves, un fácil argumento.

Te oí hablar de la liberación:
idéntica a la de Sócrates
la sabiduría de tu guru.

No, Raja, yo debo empezar
desde lo que soy.
Soy los monstruos que habitan mis sueños,
los monstruos que me enseñan quién soy yo.

Si estoy enfermo, ¿quién puede decir
que el hombre es una criatura sana?

Grecia tenía que perder, su pura inocencia
tenía que hacer más intensa nuestra agonía.

Necesitábamos a un Dios que nos amase,
no en la gloria de la beatitud: en nuestra flaqueza.

No hay alivio, Raja,
mi suerte es agonía y pelea,
abyección, amor y odio a mí mismo:
orar por el Reino y leer a Pascal.