lunes, 8 de julio de 2013

Cartas a mi sangre - Mario Morales


1
Soy un mito. Estoy fabricando mi espejo y con un placer asesino me dejo aniquilar por este vidrio que de tanto copiar, crea.

Furiosa sed de vivir hasta vivir. Y no mechado de sol, robando a escondidas de nuestra mano, que no sabe robar: olores verdes, misa con cruz hecha de carne y sangre, goce limitado por lunas borrachas de mirarse y desearse. Y vestidas por algún sueño frustrado sin soñar.

Y la noche. Sólo ella es constante en su locura. (Pero todavía puedo crear cucarachas para enloquecer mis sábanas y equilibrar la cordura).

Las mañanas mueren con sol y sin reposo. Las mañanas mueren levantando senos que me viven con su implacable desafío de no saber nunca. Pero yo tampoco sé. Y entonces quizás ser feliz y tener hijos como un Dios de catecismo. Y sin redención. Pero con cruz.

¿Acaso hay muerte alguna vez? Ahora, aquí y ahora, hay este eterno vivir, este vivir sin causa y casi sin hombre. Y toda hora sabiendo y sin decidir es una agonía que vivo con mi verdad. Y mi ser es una joroba de ángel, un contrahecho de verdades. Negar o aceptar es suicidarme un poco, a medias, existiendo. Fuga y retorno resueltos sin resolverme. Uno de mis pies está apoyado en el mundo, el otro en nada. Y éste es mi equilibrio.

Estamos en una existencia dilatada entre lo azul y lo azul, una existencia que no podemos dejar de amar ni siquiera con todo nuestro odio.

Ah, y el tiempo, el tiempo. La angustia sin horas ni minutos, la angustia burlada pero llena de sí misma, rebasándose, la infinita angustia.

Y el amor, alcahuete del alma, que me hace feliz, irreparablemente feliz.

Hay una impotencia de estrellas. Impotencia de estrellas que no pueden ser hacia arriba. Imposible sed, copa ebria de vaciarse. Las estrellas deberían ser paganas.

Soy un Lázaro paralizado entre la vida y la muerte, por un Jesús sin ganas. Soy un creador sin reino y con creación. Creación para nada. Y sin pausa.


2

Siento ganas de morir hacia todas partes. Siento ganas de morir lejos de mí. Siento ganas de morir con todo el ser.
Escribir, tomar café, fumar: nada. Pero escribir, tomar café, fumar.

Y un dios desteñido con el azul, de pensarlo. Un dios disuelto en la mirada neurótica de la página en blanco.

Yo sé que lo eterno muere hoy, en esta página.

Siento ganas de morir. Y más. Siento ganas hasta de estar enfermo después de morir.

3

La palabra es un hueco que comienza a crecer, antes y después de los labios. Y hoy las palabras me nacen en la columna vertebral, bebiendo sus propios cuerpos hasta volverse invisibles.

La tierra no es redonda para mis pies, que la descubren todos los días. Pero la muerte tiene la dimensión exacta de mis pies y no la de mi voz. Ese es el equívoco. Y las distancias se rompen al cruzar mis labios, como una bandada de sed.

Además, es tonto haber nacido de ochenta y nueve años y media estrella. Y es tonto que la muerte viaje con mayor precisión y velocidad en mis puntos suspensivos. Y es demasiado tonto haber nacido en el tiempo, a contramano de hablar y callar.

He caminado desde el amor hasta después del suicidio. Y sé que la muerte y el silencio son cortos para la lejanía de mis pies, y que muero en mis manos, de la infinita distancia que hay entre ellas y yo.

Yo deseo comenzar a ser en la última mirada, ésa que donamos a la tierra, como un espasmo de ser. Y, tal espasmo me salve del riesgo de no querer ser eterno.

Yo no sé morir. Sin embargo, por mi muerte soy zurdo. Y hasta tengo por costumbre vivir de ese lado.
Pero vivir debería ser algo mucho más simple que nacer o morir. Algo así como amarnos. Pero la vida es una estrella encendida con un fósforo.

Y yo soy el que está clavado en el lugar donde los sueños piensan.

He palpado una caída después del último fondo. He creado una angustia para que Dios comience a pensar. He hablado con la voz que grita en los pies de los muertos. Pero en mi voz hay ahora tinieblas que nunca serán mías.

Y aquí, sobre el vértice de mi imposible, necesito crear. Crear mi grito, el único, el grito de mi muerte a Dios.