Es
para mí un gran alivio saber que por fin el universo tiene explicación;
empezaba a pensar que era yo. Pero resulta que la física, como un familiar
irritante, tiene todas las respuestas. El big bang, los agujeros negros y el
caldo primordial aparecen todos los martes en la sección de ciencias del Times,
y gracias a eso mi comprensión de la teoría de la relatividad general y de la
mecánica cuántica está ahora a la altura de la de Einstein, o sea, de Einstein
Moomjy, el vendedor de alfombras. ¿Cómo he podido vivir hasta ahora ignorando
que en el universo hay cosas pequeñas del tamaño de la «longitud de Planck»,
que miden una millonésima de una milmillonésima de una mil-millonésima de una
milmillonésima de centímetro? Si a ustedes se les cae una en un teatro a
oscuras, imaginen lo difícil que sería encontrarla. ¿Y cómo actúa la gravedad?
Y si de pronto dejara de actuar, ¿seguirían ciertos restaurantes exigiendo
chaqueta? Lo que sí sé de física es que, para un hombre situado en una orilla,
el tiempo pasa más deprisa que para un hombre que se halla en un barco, sobre
todo si el hombre del barco va acompañado de su esposa. El último milagro de
la física es la teoría de cuerdas, que ha sido anunciada como una TDT, una
«Teoría de Todo». Ésta puede explicar incluso el incidente de la semana pasada
que aquí describo.
El
viernes desperté y, como el universo está en expansión, tardé más de lo
habitual en encontrar mi bata. Por este motivo salí con retraso para ir al
trabajo y, como elconcepto de arriba y abajo es relativo, el ascensor en el que
entré subió a la azotea, donde fue muy difícil parar un taxi. No olvidemos que
un hombre que viajara en un cohete casi a la velocidad de la luz sin duda
habría podido llegar a tiempo al trabajo, o quizás incluso un poco antes, y sin
duda mejor vestido. Cuando por fin llegué a la oficina y fui hacia mi jefe, el
señor Muchnik, para explicar la demora, mi masa aumentó conforme aceleraba para
acercarme a él, lo que él interpretó como señal de insubordinación. Tras
cruzar unas palabras enconadas, me aseguró que me descontaría ese tiempo del
sueldo, que, en comparación con la velocidad de la luz, es de todos modos muy
pequeño. La verdad es que si tomamos como referencia la cantidad de átomos de
la galaxia Andrómeda, en realidad gano poquísimo. Intenté decírselo al señor
Muchnik, quien me contestó que yo pasaba por alto que el tiempo y el espacio
eran la misma cosa. Y juró que si esa situación cambiaba, me concedería un
aumento. Señalé que si tenemos en cuenta que el tiempo y el espacio son una
misma cosa, y que se tarda tres horas en hacer algo que resulta tener menos de
quince centímetros de longitud, ese algo no puede venderse por más de cinco
dólares. Lo bueno de que el espacio sea lo mismo que el tiempo es que, si
viajas a los confines del universo y el trayecto dura tres mil años terrestres,
cuando vuelvas tus amigos habrán muerto, pero no necesitarás Botox.
De
vuelta en mi despacho, con la luz del sol entrando a raudales por la ventana,
pensé que si de pronto estallaba nuestro gran astro dorado, este planeta
saldría volando de la órbita y surcaría el infinito por los siglos de los
siglos: otra buena razón para llevar siempre el móvil encima. Por otro lado,
si algún día yo pudiera circular a una velocidad superior a trescientos mil
kilómetros por segundo y volver a capturar la luz nacida hace siglos, ¿podría
retroceder en el tiempo al antiguo Egipto o la Roma imperial? Pero ¿qué iba a
hacer allí? Prácticamente no conocía a nadie. En ésas estaba cuando entró
nuestra nueva secretaria, la señorita Lola Kelly. Pues bien, en la discusión
sobre si todo está hecho de partículas o de ondas, para mí que la señorita
Kelly está hecha de ondas. Salta a la vista que ondula cada vez que se acerca
al surtidor de agua. Y no es que no tenga buenas partículas, pero son las ondas
lo que le permite obtener esas fruslerías de Tiffany's. Mi esposa también es
más de ondas que de partículas, sólo que sus ondas han empezado a colgar un
poco. O quizás el problema es que mi esposa tiene demasiados quarks. La verdad
es que, últimamente, al verla, uno diría que se ha acercado demasiado al
horizonte de sucesos de un agujero negro y parte de ella -desde luego no toda
ella ni mucho menos- ha sido absorbida. Eso le ha dado una forma un tanto
extraña, que espero sea corregible mediante una fusión en frío. Yo siempre he
aconsejado a todo el mundo que se mantenga a distancia de los agujeros negros
porque, una vez dentro, cuesta muchísimo salir y conservar a la vez el oído
musical. Si, por casualidad, uno cae en un agujero negro, lo traspasa y sale
por el otro lado, probablemente volverá a vivir su vida entera una y otra vez,
pero quedará demasiado comprimido para salir y conocer a chicas.
Así
pues, me acerqué al campo gravitacional de la señorita Kelly y sentí vibrar
mis cuerdas. Sólo sabía que deseaba envolver sus gluones con mis bosones de
gauge débil, introducirme por un agujero de gusano y pasar por un túnel
cuántico. Fue entonces cuando me paralicé por el principio de incertidumbre de
Heisenberg. ¿Cómo podía actuar si era incapaz de determinar su posición y
velocidad exactas? ¿Y si de pronto yo provocaba una singularidad, es decir,
una ruptura devastadora en el espacio y en el tiempo? Son tan ruidosas. Todo el
mundo se volvería a mirar y yo me sentiría abochornado delante de la señorita
Kelly. Pero es que la energía oscura de esa mujer atrae tanto. La energía
oscura, aunque hipotética, siempre me ha puesto como una moto, sobre todo en
una mujer con el mentón prominente. Concebí la fantasía de que, si lograba
meterla en un acelerador de partículas durante cinco minutos con una botella
de Cháteau Lafite, me encontraría junto a ella con nuestros quantos
aproximándose a la velocidad de la luz y su núcleo entrando en colisión con el
mío. Naturalmente, en ese preciso momento noté que me entraba un trozo de
antimateria en el ojo y tuve que buscar un bastoncillo para quitármelo. Casi
había perdido toda esperanza cuando ella se volvió hacia mí y habló.
-Lo
siento -dijo-. Me disponía a pedir café y una pasta, pero ahora mismo no
recuerdo la ecuación de Schrödinger. Qué tontería, ¿no? Se me ha ido de la
cabeza, así sin más.
-Cosas
de la evolución de las ondas de probabilidad -sentencié-. Y si vas a la
cafetería, ¿podrías traerme una magdalena con muones y té?
-Cómo
no -respondió con una sonrisa coqueta mientras ella adoptaba una forma de
Calabi-Yau.
Sentí
que mi constante de acoplamiento invadía su campo débil mientras unía mis
labios a sus húmedos neutrinos. Al parecer, alcancé una especie de fisión,
porque de pronto me encontré levantándome del suelo con un morado en el ojo del
tamaño de una superno va.
Supongo
que la física puede explicarlo todo salvo el bello sexo, aunque le dije a mi
mujer que el cardenal se debía a que el universo no se hallaba en expansión,
sino que se contraía, y yo no estaba atento.