domingo, 22 de abril de 2012

Fragm. La Anunciación - María Negroni

¿Quién dijo que Roma es Roma, Humboldt?
Roma es la noche blanca de las golondrinas.
Un anagrama.
Una ciudad tan bella que cualquier enemigo que se le acercara quedaría, en el acto, petrificado.
No supe contar tu historia, Humboldt.
Se me escaparon aquella chica de la Providencia, el llanto de tu noche encerrada, y esa suerte de entereza inútil que te agarraba cuando te enfrentabas al enigma de tu padre.
Ahora son las 8. Las 8 es una hora fatídica, sobre todo si es domingo y llueve, y el río ciego y perezoso, y este ir y venir milenario de la ventana del mundo a lo que no se ve.
No todos, Humboldt, pueden elegir su muerte. No todos pueden ir con la mirada alta por el camino de la vida.
En cuanto a mí, tengo derecho a preferir tu imagen cuando parecés un barco desahuciado en una hermosa noche de tormenta.
Oír cómo la vida llega y las cosas toman forma de canción obsesionada. (¿Cómo se llama este sentimiento?) A veces la vida viene a nuestro encuentro como un trompo de colores vivos. Viene, nos deja entrar dentro de su otoño, y luego nos vuelve el rostro, sin premura, dejándonos a merced de nuestros propios impulsos migratorios.
Las golondrinas son lentas para morir.
Los sueños también.
Lo supe por mi voz, por su manera de quedarse erguida en medio de espectros vivos.
Uno de esos espectros fuiste vos, Humboldt. Voy a dejarte en paz. Voy a dejar de cubrirte con un sobrio heroísmo. No recogeré tu nombre. No haré con él una bandera ni sembraré la agitación en ningún pecho. La palabra oprimidos se borrará de mi mente. Voy a aceptar que todo acabó. Nadie se dará cuenta de nada. Nadie que me viera pasearme por la Via del Corso, con esta dignidad de víctima aplicada. Todavía puedo decir hermosas palabras.
La noche de los ojos culpables. La noche que me ve. Es una noche en marcha entre tu cuerpo y ningún lado. Allá voy. Última música que sale de mí, oíd mortales el grito pavoroso.
Otra vez el locutor de la Fontana di Trevi, esta vez listo para despedir al poema desesperado. Señores y señoras: A esto se le llama un derrumbe en el cielo. No quedó nada en pie. Ningún puño increpando a un dios culpable. Sólo las golondrinas en su eterno viaje circular hacia la música sorda. Y barriles con cal. Cantos fusilados. Tiros de gracia. Y más fuego, destruyendo todo.
He aquí un bello discurso anunciador de nada.
Caben muchos milagros en una golondrina.
Una golondrina es un acto de fe.
Como si dijera todo ha de pasar, algo nos busca del otro lado del mundo. Algo de rotas cadenas.
Y he aquí, de nuevo sin que nadie la llame, a la esperanza, la perniciosa esperanza que se inocula siempre como un veneno en el cuerpo de la realidad.
Todos los caminos conducen a Roma.
Los prodigios son pesadillas blancas.
Todo ha de pasar, repite el cielo, y yo dejo que vos, Humboldt, y cada uno de los sueños que fui, las ciudades que habité, las palabras que odié, se disuelvan en una enorme nada luminosa, como la que anuncian los ángeles en las Anunciaciones de Emma, tristes y vacíos y exageradamente bellos como los laureles que no supimos conseguir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario