domingo, 16 de agosto de 2020

Fragm. En la Tierra somos fugazmente grandiosos - Ocean Vuong


Hay veces en que tu hijo se despierta a altas horas de la madrugada creyendo que tiene una bala alojada dentro de él. Siente que flota en el lado derecho del pecho, entre las costillas. "La bala siempre ha estado aquí", piensa el chico; es más vieja incluso que él mismo, y sus huesos, tendones y venas no hacen sino envolver el objeto metálico, sellándolo en su interior. "No era yo", piensa el chico, "quien estaba en el vientre de mi madre, sino esta bala, esta semilla que he hecho florecer". Incluso ahora, cuando el frío acecha, siente que quiere salírsele del pecho y le ahueca ligeramente el jersey. Se palpa la protuberancia, pero, como de costumbre, no encuentra nada. "Se ha echado atrás", piensa. "Quiere quedarse ahí dentro. Sin mí no es nada". Porque una bala sin un cuerpo es una canción sin oídos.

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