lunes, 1 de noviembre de 2010

Fragm. La Hora de la Estrella - Clarice Lispector

“Sí. Me acostumbro pero no me amanso. ¡Por Dios! Me doy mejor con los animales que con la gente. Cuando veo a mi caballo libre y suelto en el prado, me dan ganas de recostar mi rostro en su vigoroso y aterciopelado pescuezo y contarle mi vida. Y cuando acaricio la cabeza de mi perro, sé que él no exige que yo tenga un motivo o que deba explicarme.
Tal vez la nordestina ya haya llegado a la conclusión de que la vida incomoda bastante, alma que no cabe bien en el cuerpo, aunque fuera un alma trivial como la suya. Imaginaba, toda supersticiosa, que si por acaso llegase alguna vez a sentir un gusto muy fuerte de vivir, se rompería súbitamente el hechizo que la hacía princesa y se transformaría en un bicho rastrero. Porque, por mala que fuese su situación, ella no quería ser privada de sí, quería ser ella misma. Creía que sufriría un grave castigo y hasta correría riesgo de morir si sintiese ese gusto de vivir. Entonces se defendía de la muerte por intermedio de un vivir de menos, gastando poco de su vida para que ésta no se acabara. Esta economía le daba alguna seguridad pues, quien cae, del suelo no pasa. ¿Tendría ella la sensación de que vivía para nada? No lo puedo saber, pero creo que no. Sólo una vez se hizo una pregunta trágica: ¿Quién soy yo? Se asustó tanto que dejó totalmente de pensar.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario